El antes y después de emprendedoras de Start Path Empodera

«Me presenté a Start Path Empodera (SPE) sin creer que el enfoque de género me fuera a agregar algún valor», admite Mónica Ramírez. Ella es fundadora y presidenta de TowerTech Americas, una de las compañías seleccionadas para participar en el programa de aceleración desarrollado por USAID y Mastercard.
Mónica no era consciente de aquellas barreras estructurales que les impiden a las mujeres competir en igualdad de condiciones en el ecosistema de emprendimiento (estudios indican que las mujeres tienen menos oportunidades de acceder a capital, a mercados, a redes de contactos y mentoría). «Nunca me percaté de eso e ignorarlo nos hace parte del problema», reflexiona.
Ella ha venido consolidando una compañía «fintech» especializada en «agregar valor a las transacciones hechas en puntos de pago». Quiere decir que TowerTech Americas ayuda a diferentes negocios a aprovechar el momento del pago presencial, para hacer más cosas que las simples transacciones. Dice Mónica que cada pago en una tienda puede aprovecharse para hacer, de manera automatizada, un control de inventarios o cálculos financieros sin que haya que esperar la revisión de una contadora.
Un proyecto en el que tienen previsto trabajar está relacionado con el sector del transporte público. «Un bus también es un comercio en donde el conductor es el cajero. Ahí, en esa “caja” podemos agregar valor», explica Mónica. En ese sentido la información que se obtiene de los pasajeros —que pagan con una tarjeta— permite conocer patrones de movilidad de los usuarios. Con los datos obtenidos se pueden implementar diferentes estrategias, «desde descuentos por trasbordos hasta ofertas de 2x1 para atraer más demanda» en momentos de poca afluencia.
Durante su paso por SPE, Mónica empezó a descubrir, gracias al testimonio de otras emprendedoras, algunas situaciones que habían pasado inadvertidas para ella, como la falta de redes de apoyo para mujeres y la «mayoría masculina» que hace presencia en el sector de tecnología. Añade que «tenía un sesgo inconsciente de género» sobre su capacidad como empresaria, porque no conocía a otras mujeres como ella: «Siempre estuve muy sola… Me sentía como una sirena, como un animal mítico. Uno no sabe si hay dos».
Esa soledad, por falta de referentes femeninos, le sembró un miedo al fracaso que le impedía tomar ciertos riesgos, como el de llevar su empresa a Silicon Valley. Reconoce que sufría del «síndrome de la impostora», un patrón psicológico que lleva a las personas a dudar de sus capacidades, a no reconocer sus logros, a demeritar su idoneidad y a tener interiorizado un miedo persistente de ser expuesto como un "fraude". Si bien es una situación que pueden vivir hombres y mujeres, es frecuente en mujeres ya que muchas veces se enfocan más en la fragilidad de lo que aún les falta y no en la solidez de lo que ya son. En ese sentido, las mujeres piensan que están ocupando el lugar de alguien que sí lo merece, lo que las lleva a mantener un bajo perfil, para que nadie «note» que son unas impostoras. «Ese síndrome me llevaba a decirme: “Calladita se ve más bonita, sin mostrar un fracaso estrepitoso”», cuenta Mónica.
Esa fue una de las grandes transformaciones que ocurrieron en ella gracias a su participación en SPE. Ver «a otras mujeres muy berracas» que también sentían algunos de sus miedos, pero que seguían emprendiendo y creciendo pese a los obstáculos, llevaron a Mónica a decidirse a viajar a Silicon Valley.
Parte del aprendizaje más importante que se llevó fue «el poder arrasador detrás de la cohesión femenina». No solo conoció lo importante que puede ser una red de mujeres, sino promover que más de ellas hagan parte de los equipos de trabajo en el sector «fintech». «Yo decidí contratar más mujeres», relata Mónica. «Si ayudas a cerrar las brechas, estás construyendo un mejor lugar para tus clientes».
«Pensábamos en llegar a miles de empresas. Ahora hablamos de millones»
Lina Restrepo, cofundadora y gerente general de Prisier, otra de las empresas seleccionadas para SPE, también encontró en ella un interés por contribuir al cierre de brechas de género.
Antes de ser emprendedora, Lina fue empleada en una consultora de «pricing» que solo atendía compañías multinacionales. «Me picó el bicho de qué les pasa a las “start-ups” más pequeñas, las que no tienen quien las atienda», recuerda. A partir de esa inquietud, se propuso desarrollar una herramienta tecnológica que ayudara «a miles de empresas» y no solo a un puñado. «Los negocios están enfocados en bajar los costos fijos, pero bajar un 1 por ciento en esos costos solo trae 2 puntos adicionales a la utilidad operacional. En cambio, mejorar un 1 por ciento el precio promedio del portafolio aumenta hasta 11 por ciento la utilidad operacional», explica. «Imagina decirle a una peluquera que el corte lo puede vender a 14.000 pesos y no a 12.000. O, en un restaurante, establecer que el plato de 25.000 pesos se puede vender a 29.000».
Prisier desarrolló Wikipricing, una plataforma de fijación de precios que sirve para determinar el mejor valor que se puede cobrar por un bien o un servicio. Lina cuenta que su compañía propone una metodología diferente a la usual: «En la fijación tradicional de precios lo que la gente se pregunta es cuánto vale hacer algo y cuánto quiero ganar. Lo que nosotros hacemos es tomar decisiones de precio óptimo teniendo en cuenta el cliente y la competencia; es decir, evaluamos el valor que percibe el cliente por un producto y analizamos el mercado». Dicho de otra manera, no se trata de cuánto cuesta hacer algo sino de cuánto está dispuesto a pagar un cliente. Ese es el criterio con el que, según Lina, las más grandes empresas del mundo trabajan y que ella, en Prisier, ha querido poner a disposición de pequeñas empresas: «Queremos que esto tenga un carácter social».
Cuando entraron a SPE, queriendo escalar Wikipricing, les hablaron de la necesidad de conseguir inversión. Lina recuerda que ella y sus socias estuvieron reacias a la idea, pero luego comprendieron la importancia de hacerlo si querían crecer. «En las conversaciones con los mentores entendimos que con capital propio llegamos a un punto, pero que necesitamos inversión para llevar el alcance de la plataforma a otro nivel». Aceptar eso significó un cambio de mentalidad: «Entramos a SPE pensando en llegar a miles de empresas. Ahora hablamos de millones. La bandera la pusimos en un punto más alto». Lina afirma que su paso por el programa de aceleración le dio «confianza para creerse el cuento con mucho más poder», entre otras razones, porque se conectaron con compañías que validaron el interés del mercado en una herramienta como la que estaban desarrollando.
Como Mónica, Lina también admite que «nunca» había identificado brechas de género en el ecosistema de emprendimiento: «Fue en SPE que me di cuenta que, en cinco años sentándome con equipos directivos de clientes, solo tuve una reunión con un equipo conformado por mujeres». También, dice, «comprendí que había sido discriminada por ser mujer, pero no me di cuenta en su momento». Lina evoca que, por ejemplo, durante años le negaron tarjetas de crédito corporativas —teniendo una empresa sin deuda y con utilidades—, a diferencia de hombres cercanos que no tuvieron problema en acceder a ese tipo de productos financieros, desde su esposo y su hermano hasta amigos emprendedores.
No obstante, la experiencia en SPE le sirvió para descubrir «el poder femenino en el desarrollo de compañías, esa sororidad entre nosotras». Ejemplo de ello es que Lina decidió poner al servicio de 300 emprendedoras en Latinoamérica, sin costo alguno, su plataforma de fijación de precios. «Si aseguramos un precio correcto en 300 empresas de mujeres, vamos a impactar la rentabilidad de esos negocios y la vida de ellas», explica Lina.